El Teatro Romea
es el principal teatro de la Región y uno de los más importantes del país. Un
monumento con más de 160 años de historia y muchas leyendas, creadas a raíz de sus
graves incendios, que ha mantenido una programación estable y que ha sido el referente
cultural de la ciudad durante décadas.
La Reina Isabel II
inauguró, el 26 de octubre de 1862, este escenario surgido para dar respuesta a las
necesidades de la ciudad y del momento ya que Murcia, al igual que otras
capitales españolas, había sentido la necesidad de incorporarse a la
renovación escénica con un teatro de propiedad municipal, en el que pudieran
representarse las grandes obras del momento. Situado en la céntrica plaza de
Julián Romea, se denominó originalmente Teatro de los Infantes, y abrió sus puertas con la representación de la obra de Ventura de la Vega "El
hombre del mundo", interpretada por Julián Romea, una de las mayores glorias
del teatro nacional de la época y cuyo nombre adoptaría después el Teatro.
El nuevo edificio sustituía
al Teatro del Toro, ubicado en la cercanía de la plaza de Ceballos, y en el
que se representaron comedias durante casi dos siglos. El Teatro de los
Infantes pasó a llamarse Teatro de la Soberanía Nacional entre 1868 y 1872, adoptando posteriormente el nombre de Teatro Romea, en honor al actor murciano, Julián Romea, una de las mayores glorias del teatro nacional de la época. Estuvo en funcionamiento hasta 1877, cuando un espectacular incendio
acabó con la sala y una buena parte de las dependencias del edificio. Tres
años después, se inauguró de nuevo el teatro, reformado y actualizado por el
arquitecto hellinero Justo Millán.
Tan sólo 19 años después,
en 1899, sufrió otro gran incendio (curiosamente, el mismo día en el que estaba programada la zarzuela "Jugar con fuego"). De nuevo se recurrió para su recuperación al mismo arquitecto que
en la anterior ocasión, Justo Millán. El aspecto exterior que se puede
contemplar hoy corresponde a la reconstrucción de 1880, mientras que el
interior corresponde a una de las últimas de las intervenciones. La fachada
pertenece al más puro eclecticismo. Cuenta con rasgos de clara inspiración
neoclásica, con detalles modernistas como la marquesina y las verjas de forja
de la entrada. En la parte superior central hay tres bustos de Beethoven,
Mozart y Listz. Sobre los ventanales de la planta principal hay cuatro
medallones con relieves de otros tantos dramaturgos murcianos: Andrés de Claramonte,
Damián Salucio del Poyo, Gaspar de Ávila y José Selgas.
La tercera inauguración del
teatro, después de sufrir dos incendios, tuvo lugar el 16 de febrero de 1901.
La compañía de María Guerrero y Fernando Díaz de Mendoza puso en escena "El
estigma", de Echegaray. El acto se aprovechó para homenajear a los citados
actores, así como para nombrar hijo predilecto de Murcia al autor José Echegaray, que asistió también al acontecimiento. Importantes hitos en la
historia del teatro fueron los diversos estrenos de obras de Jacinto
Benavente que contaron con la presencia del autor, o la actuación en 1933 del
Teatro Universitario La Barraca, dirigido por Federico García Lorca.
En 1985, el Romea vivió una
nueva rehabilitación. El teatro permaneció cerrado hasta 1988 cuando fue
reinaugurado por la Reina Doña Sofía. Su reforma obedeció a la decisión del
Ministerio de Cultura y de Obras Públicas y Urbanismo de rehabilitar la
mayoría de los teatros del Estado, en una de las operaciones más ambiciosas
en la vida social y cultural española en las últimas décadas, de las que el
Teatro Romea fue pionero.
Tras un cierre temporal que
duró cuatro años, el Teatro Romea volvió a recuperar su puesto como uno de
los principales teatros españoles gracias a una remodelación que le ha dotado
de mejores condiciones técnicas y de funcionalidad.
La leyenda de la maldición del Romea Murcia, como cada ciudad y cada pueblo del mundo entero, cuenta con sus leyendas y supersticiones. Una de ellas, y quizás de las más pintorescas, es la de la maldición del Teatro Romea. Tenemos que remontarnos a mediados del siglo XIX, cuando Murcia reclamaba un teatro como los que se estaban poniendo de moda en ese tiempo, es decir, a la italiana o de media herradura. El Ayuntamiento se benefició entonces de las leyes que impulsara Mendizábal para el uso de terrenos y espacios que tenía la iglesia sin utilizar, y darles un destino concreto. En la llamada plaza del Esparto, a cuyo costado estaba la iglesia de Santo Domingo y la congregación monacal correspondiente, había metros suficientes para hacer un teatro. Y eso fue lo que pasó. Se tomaron terrenos para construir el que sería el Teatro de los Infantes. La leyenda cuenta que un dominico maldijo la construcción del Teatro, enojado por haberles quitado buena parte de su patrimonio. El monje vaticinó que el edificio se quemaría en tres ocasiones (ya ha sufrido dos incendios, en 1877 y en 1899), y dijo que la última, un día que el teatro estuviere totalmente lleno, sería la definitiva. La leyenda sigue diciendo que siempre hay una butaca que se deja sin vender; una butaca situada en el palco 10 de platea que, desde el año 2022, está forrada de terciopelo negro.
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