Basada en textos de Arturo Pérez Reverte. Luciano posee una patente de
corso auténtica, con casi dos siglos
de antigüedad y firmada por el
mismísimo Fernando VII, que quiere
vender. Asegura que con ella se
puede estafar, robar, malversar,
saquear y desfalcar, con todos los
papeles en regla y la firma del rey.
Mariano, un ciudadano harto de
estar harto al que la vida lo ha
tratado de forma despiadada, la
quiere comprar. Quiere convertirse
en un hijo de la gran puta.
Luciano le asegura a Mariano que
ser un cabrón no es tan fácil como
parece y se ofrece a enseñarle.
Se ven todos los días en la terraza
de un bar. El joven aguarda las
enseñanzas del maestro, pero
éstas nunca llegan; por lo menos,
tal y como las espera Mariano.
Charlan y charlan de cualquier
cosa mientras ven la vida pasar. Y
parece que no pasa nada, lo que
desespera más y más a Mariano,
que llega a plantearse todo tipo
de barbaridades. Se entabla
una relación entre ambos que
sirve para mostrar un mosaico
de espejos, en cuyos pedacitos
podemos ver el reflejo de partes
de nosotros mismos y de nuestra
sociedad, que parece haber
entrado en permanente bucle, que
se antoja eternamente cíclica. Y
que, en algunos aspectos, lejos de
evolucionar, involuciona. Siempre
hubo y habrá malos, pero, como
escribe Pérez-Reverte «no es lo
mismo ser un delincuente que se
busca la vida al límite de ciertas
reglas, malandrines que mantienen
ciertos códigos, que un cabrón
desbocado al que todo le da igual.
Y lo que abunda, cada vez más, es
gentuza a la que se le fue la olla,
capaz de hacer daño sin el menor
escrúpulo». Aceptando el lado
oscuro de los seres humanos como
parte intrínseca de su naturaleza,
nuestros personajes —uno desde
la sabiduría y la retranca, otro
desde la desesperación; ambos
desde la soledad—, a través de sus
charlas eclécticas, se pasean por
las sombras y las luces de nuestras
realidades.